domingo, 2 de octubre de 2016

Reflexión sobre el resultado del Plebiscito en Colombia


Aunque lo paradójico esté sucediendo hoy en Colombia, mi país que tanto amo y por el que he caminado en noches oscuras y días luminosos, no es momento de dar cabida a la desesperanza. Si bien, hoy el resultado pareciera indicar una negación al camino de la pacificación de un conflicto con más de cinco décadas, también ha demostrado que, como país, no estábamos preparados para avanzar en pos de la caricia que atiende la reconciliación. Negociar implica ceder, ceder en torno a aquello que se ha “defendido” con toda la sangre que ha bañado nuestro territorio y duele que sigamos inmersos en posiciones que frenan el avance hacia una reconstrucción desde lo humano que anteponga el amor al odio y a sus derivados. 

Como ciudadanos y como pueblo nos corresponde ser eslabones que salten el abismo de la desigualdad, pero no por la vía de las armas ni con el discurso guerrerista de anular al que piensa diferente. Hoy, más que nunca, el resultado debe propiciar espacio al diálogo que sume y donde todos reconozcamos nuestro rol “pacífico y cómodo” de tantos años. Esta mancha de vergüenza que tejen los resultados de un país ante el mundo, debe replantearse para que ambas partes vuelvan a la mesa y diriman con toda honestidad una salida pacífica donde no haya bandos en busca de celebraciones, sino donde todos ganemos para ofrendar a generaciones futuras un suelo donde plantar y cosechar, y un cielo para que las aves no huyan del disparo sino para expandir sus alas con la certeza del regreso al árbol que guarece sus nidos.

Muchos hoy se quedaron comodamente en sus casas y no ejercieron su derecho al voto… ¿qué se puede esperar de aquellos que no se levantan y parasitan la decisión de los otros?

Anna Francisca Rodas Iglesias

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